INTRODUCCION:
Copyright Félix Achenbach – Noviembre 2008
Yo no invento historias, la realidad es
suficientemente aterradora.
La llamamos por un tiempo
“El Jamón”.
No se trataba de una
cubana de caderas amplias y cintura estrecha de las que abundan en Miami.
Era negra y fuerte -El Jamón-
y su nombre recordaba los jamones que cuelgan del techo en tanto restaurante en
España.
No sé
porque de a poco le comenzamos a llamar “el pavo”. Creo que fue porque Manuel le
encontró una similitud con la forma que tienen los pavos congelados empacados
para el día de Acción de Gracias y que se venden en todos los supermercados de
USA.
Ella era una mochila
fabricada por Nike, negra, fuerte, y con forma de jamón…o de pavo.
Esa tercera mañana en
Buenos Aires ya listos para salir del hotel pregunte por “el pavo”. Manuel me señaló
el closet. No está, dije.
¿En tu valija? Tampoco…
¿Sobre la silla? No.
¿En el baño? No.
Con desesperación: ¿bajo
la cama? Tampoco.
¿Que hicimos con ella? Un
poco confundidos por el cambio geográfico, el cambio de cama, la maravillosa
comida de la noche anterior en el Oviedo con 4 botellas de vino para 4…la noche
de primavera porteña…
Ya en pánico, con mucho
trabajo comenzamos a reconstruir mentalmente el camino de dos turistas
fascinados por una ciudad fotogénica.
El día anterior, mochila
en hombro habíamos comprado entradas para ver el musical Eva. Tres entradas. Me
atendió una mina fenómena que me aconsejó que
ubicación elegir para ver mejor. Fila 7, dijo, de allí ves todo.
Esa tarde se nos unió otra
amiga al grupo y tuvimos que buscar una cuarta entrada.
Sin ninguna esperanza
volvimos al teatro. Había un tipo joven en la ventanilla. Le pregunte por la
mina. Solo está en las mañanas, respondió.
Mirá, le dije, tengo estas
tres entradas y necesito una más. ¿Podes ver si me conseguís algo cerca? ¿A lo
mejor en la misma fila?
Miro la computadora y con
una gran sonrisa dijo: ¿qué tal al lado?
Feliz por el hallazgo y con
muchas risas de por medio le agradecí mucho, puse la entrada junto a las otras
3 en un bolsillo de El Pavo y partimos jubilosos a encontrarnos con una querida
amiga de Rosario que nos esperaba a almorzar en la plaza Serrano.
Elegimos una mesa con
sombrilla. La camarera que tenía unos ojos grises azulados tan espectaculares
que parecían de plástico, nos aconsejó que colgáramos
las carteras en unos ganchos bajo la tapa de la mesa.
Empanadas árabes,
empanadas argentinas, un par de cervezas y la buena charla nos subió al cielo y
desde allí contemplamos el Buenos Aires para turistas.
De vez en cuando espantábamos
moscardones humanos que se posaban en la mesa y no nos dejaban en paz.
La vieja que vende
escarpines para bebé. La niña que te deja la estampita de San Ildefonso, el
tipo joven que viene con un niño sucio y lleno de mocos a pedir una monedita,
la mina que te quiere mostrar los collares que fabrica, el tipo que te deja el
paquetito de pañuelos de papel en la mesa. Un corte longitudinal de la sociedad
argentina que sigue venerando a Eva.
Nos fuimos del restaurant
en busca de maravillas imperialistas en los negocios de la zona. Despedimos a
la amiga y seguimos, entrando en cuando lugar hermoso encontrábamos admirándonos
del alto nivel de diseño en todos los rubros.
En el último nos sentimos
muy bien, nos quedamos un rato y compramos, regresando al hotel con el botín.
El pavo, compañero de tantos
viajes, había quedado atrás.
¿Donde?
¡Chi lo Sa!
Infieles, conquistados por
una ciudad envolvente no nos daríamos cuenta de la falta hasta el día
siguiente.
Traté mentalmente de
desandar los pasos, regresar a la escena del crimen, recordar el momento del
abandono…y por fin, vencido, le dije a Manuel: El Pavo estaba con nosotros
porque yo me acuerdo haber puesto la cuarta entrada para el teatro en el
bolsillito interior.
Probablemente lo dejamos
bajo la mesa del restaurant, aunque yo estoy seguro de que nos lo olvidamos en
el último lugar que estuvimos y donde compramos, ¿Te acordás?
Yo me había sentado en una
silla baja y lo deje en el piso, afirme con vehemencia.
Mejor vayamos primero al
restaurant a ver si quedó allí.
Tomamos un taxi que por un
rato nos hizo olvidar nuestra preocupación.
El taxista nos puso música
que el bajaba del internet: ¡Susy Leiva cantando Frente al Mar con la orquestade Mariano Mores…que locura! La versión original en vivo de Purple Rain por Prince…un
genio el tipo.
Ya en el restaurante
apareció la mina de ojos de plastico. ¿Te acordás de mí? Ayer estuvimos
sentados en esa mesa y creo que nos dejamos la mochila olvidada colgada del
gancho.
Yo no la ví cuando vine a limpiar la mesa, respondió. Dejame ver si alguien la recogió y la guardó.
Yo no la ví cuando vine a limpiar la mesa, respondió. Dejame ver si alguien la recogió y la guardó.
No, lo siento, acá no está.
De allí recorrimos,
desconfiados, todos los negocios que habíamos visitado el día anterior. Un tipo
me dijo: No, ustedes no traían nada cuando entraron…
Aquí no está, allá
tampoco…
Caímos al último negocio y
el vendedor aseguró: ustedes no traían nada cuando llegaron.
¿Sería este un contubernio
enfocado a robarnos El Pavo? ¿La mina de los ojos de plástico era la madama del
grupo? ¿La que sustraía mochilas y las iba pasando por la vendedora de
escarpines que la llevaba a diferentes negocios donde se quedaban con una parte
y la seguían pasando en una confabulación infinita? ¿La desarmarían y venderían
la tela por un lado y los cierres Relámpago por otro?
En medio de esa locura le aseguré
agoreramente a Manuel: perdimos las entradas…que además habían costado $250 dólares
y que debíamos conseguir de nuevo.
Vamos al teatro, ordené,
mientras hacía parar un taxi.
En el viaje teorizamos sobre
la pérdida.
No es el dinero: hacé de
cuenta que comimos otras noches en el Oviedo, dije. O que estuvimos en un hotel
más caro…lo que me molestaba era haber perdido el control de mis pertenencias.
Ya en la ventanilla del
teatro estaba allí el joven de la cuarta entrada…¿te acordase de mí?... Si, estuviste
comprando una entrada extra.
Te cuento que me robaron
la mochila con las 4 entradas adentro. ¿Qué hago?
Espera un cachito…
¡Fulano! Este señor bla,
bla, bla…
¿Qué número eran las
entradas? pregunto Fulano. ¡Yo que se! Eran fila siete.
Miro la computadora y dijo
acá hay 4 juntas son la 10, 12, 14 y 16.
¿Tiene el comprobante de
pago? No, se fue con la mochila, pero seguro que mi banco tiene un resumen del gasto
y allí seguro que está.
Bueno, no importa, agregó,
vengan el jueves y van a entrar.
Inocentemente pregunte: ¿y
qué pasa si viene alguien con las mismas entradas diciendo que las compró en la
calle?
No entra contestó, y si se
ponen pesados llamo a la policía.
Me sentí un señalado por
el gran dedo de Dios.
Era Eva que por fín se ponía
de mi lado arrepentida de haberme echado del país años atrás.
Llegamos al teatro,
modositos y perfumados. Nos dimos a conocer con el muchacho que ahora vestía esmoquin
y recibía las entradas en la puerta. Pasen y quédense acá, dijo.
El teatro prometía estar
lleno y nosotros, mientras tanto y sin saber que esperar, nos deleitábamos con
las fotos de Nacha Guevara y su personificación.
De repente se detuvo el
flujo incesante de espectadores. La cola quedo congelada.
Oí al muchacho decir:
estas entradas no sirven.
La única gota de sangre española
que llevo en las venas llegó a punto de ebullición, allí frente a nosotros
estaban los culpables de nuestras últimas 24 horas de desventuras y
elucubraciones.
Tres mujeres y un hombre.
¿Porque no sirven? Dijo
una con voz de Catita.
Porque son entradas
robadas dijo el muchacho.
Como van a ser robadas,
replico Catita, ¡yo me las encontré en una mochila…!
A lo cual respondió el
muchacho: ¿Y si usted se encuentra una tarjeta de crédito va y la usa?
En ese momento la gota de
sangre española reclamaba venganza y Manuel que me conoce bien me agarro de un
brazo y me tironeo hacia adentro…
El tipo del grupo dijo:
vamos, vamos, no hagamos lío…
Y desaparecieron mientras
a nosotros nos acompañaba amablemente el acomodador hacia las butacas de
terciopelo.
Acuné la gotita de sangre
hasta que se tranquilizó. Manuel siempre tiene razón y me aquieta.
Yo no podía dejar de
pensar en lo que había sucedido.
Subió el telón, comenzó el
musical. Gran calidad. Broadway en español.
Nacha en uno de sus
mejores papeles.
Avanzó la obra.
Eva ya estaba en el poder
lista para su gira europea y le dice a su secretario que “ojo con el Papa…”
que si no le daba la condecoración máxima que ella merecía que no le soltara la guita y que según el grado de la condecoración que fuera bajando el precio…
que si no le daba la condecoración máxima que ella merecía que no le soltara la guita y que según el grado de la condecoración que fuera bajando el precio…
Alma de chorra. Chorra
desde la cuna. Chorra desde cuando quiso robarse el apellido Duarte que no le correspondía.
Chorra cuando se llevó los lingotes de oro del Banco de la Nación a Suiza. Chorra cuando se robó el futuro de
Argentina.
Por alguna razón
desconocida seguían frente a mí los rostros de las 3 minas que reclamaban las
entradas como encontradas en una mochila.
En ese momento la gota de
sangre española despertó.
Manuel, susurré sacudiéndole el brazo, sabes quienes eran las tres minas de las entradas?
Manuel, susurré sacudiéndole el brazo, sabes quienes eran las tres minas de las entradas?
El ya había olvidado el
incidente y disfrutaba del glamur de Eva.
Me miró con sus ojos tailandeses
y susurro: no.
Eran las tres minas que
estaban almorzando en la mesa al lado de nosotros cuando nos olvidamos la
mochila.
En ese momento el público aplaudió
a la chorra mayor y yo me sentí reivindicado.
La moral al igual que la
pobreza son contagiosas. Cuidado Argentina.
La chorra número uno sigue
dirigiendo -rellena de aserrín-desde una bóveda en la Recoleta a un grupo de
descerebrados que ni habían nacido mientras ella se pavoneaba vestida por Dior haciéndose
creer el hada madrina de los pobres.
Ya vamos por la segunda cabrona
que se roba al país y todavía tiene la cara de piedra de presentarse a otra elección.
Bailemos esta milonga,
tarados, el tiempo se acaba y siempre son los pobres los que pagan la cuenta. ¿O
todavía no lo saben?
Por si lo pasaron por alto sin leer:
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