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22 de mayo de 2019

LA REINA DE LOS LADRONES



 INTRODUCCION:

El siguiente es un relato que forma parte de un triptico de sucesos desaventurados vistos con ironia  durante una visita a Buenos Aires, Argentina en 2008

Copyright Félix Achenbach – Noviembre 2008
Yo no invento historias, la realidad es suficientemente aterradora.

La llamamos por un tiempo “El Jamón”.
No se trataba de una cubana de caderas amplias y cintura estrecha de las que abundan en Miami.
Era negra y fuerte -El Jamón- y su nombre recordaba los jamones que cuelgan del techo en tanto restaurante en España. 




No sé porque de a poco le comenzamos a llamar “el pavo”. Creo que fue porque Manuel le encontró una similitud con la forma que tienen los pavos congelados empacados para el día de Acción de Gracias y que se venden en todos los supermercados de USA.









Ella era una mochila fabricada por Nike, negra, fuerte, y con forma de jamón…o de pavo.

Esa tercera mañana en Buenos Aires ya listos para salir del hotel pregunte por “el pavo”. Manuel me señaló el closet. No está, dije.
¿En tu valija? Tampoco…
¿Sobre la silla? No.
¿En el baño? No.
Con desesperación: ¿bajo la cama? Tampoco.
¿Que hicimos con ella? Un poco confundidos por el cambio geográfico, el cambio de cama, la maravillosa comida de la noche anterior en el Oviedo con 4 botellas de vino para 4…la noche de primavera porteña…
Ya en pánico, con mucho trabajo comenzamos a reconstruir mentalmente el camino de dos turistas fascinados por una ciudad fotogénica.
El día anterior, mochila en hombro habíamos comprado entradas para ver el musical Eva. Tres entradas. Me atendió una mina fenómena que me aconsejó que ubicación elegir para ver mejor. Fila 7, dijo, de allí ves todo.

Esa tarde se nos unió otra amiga al grupo y tuvimos que buscar una cuarta entrada.
Sin ninguna esperanza volvimos al teatro. Había un tipo joven en la ventanilla. Le pregunte por la mina. Solo está en las mañanas, respondió.
Mirá, le dije, tengo estas tres entradas y necesito una más. ¿Podes ver si me conseguís algo cerca? ¿A lo mejor en la misma fila?
Miro la computadora y con una gran sonrisa dijo: ¿qué tal al lado?
Feliz por el hallazgo y con muchas risas de por medio le agradecí mucho, puse la entrada junto a las otras 3 en un bolsillo de El Pavo y partimos jubilosos a encontrarnos con una querida amiga de Rosario que nos esperaba a almorzar en la plaza Serrano.

Elegimos una mesa con sombrilla. La camarera que tenía unos ojos grises azulados tan espectaculares que parecían de plástico, nos aconsejó que colgáramos las carteras en unos ganchos bajo la tapa de la mesa.
Empanadas árabes, empanadas argentinas, un par de cervezas y la buena charla nos subió al cielo y desde allí contemplamos el Buenos Aires para turistas.
De vez en cuando espantábamos moscardones humanos que se posaban en la mesa y no nos dejaban en paz.
La vieja que vende escarpines para bebé. La niña que te deja la estampita de San Ildefonso, el tipo joven que viene con un niño sucio y lleno de mocos a pedir una monedita, la mina que te quiere mostrar los collares que fabrica, el tipo que te deja el paquetito de pañuelos de papel en la mesa. Un corte longitudinal de la sociedad argentina que sigue venerando a Eva.

Nos fuimos del restaurant en busca de maravillas imperialistas en los negocios de la zona. Despedimos a la amiga y seguimos, entrando en cuando lugar hermoso encontrábamos admirándonos del alto nivel de diseño en todos los rubros.
En el último nos sentimos muy bien, nos quedamos un rato y compramos, regresando al hotel con el botín.
El pavo, compañero de tantos viajes, había quedado atrás.
¿Donde?
¡Chi lo Sa!
Infieles, conquistados por una ciudad envolvente no nos daríamos cuenta de la falta hasta el día siguiente.
Traté mentalmente de desandar los pasos, regresar a la escena del crimen, recordar el momento del abandono…y por fin, vencido, le dije a Manuel: El Pavo estaba con nosotros porque yo me acuerdo haber puesto la cuarta entrada para el teatro en el bolsillito interior.
Probablemente lo dejamos bajo la mesa del restaurant, aunque yo estoy seguro de que nos lo olvidamos en el último lugar que estuvimos y donde compramos, ¿Te acordás?
Yo me había sentado en una silla baja y lo deje en el piso, afirme con vehemencia.
Mejor vayamos primero al restaurant a ver si quedó allí.
Tomamos un taxi que por un rato nos hizo olvidar nuestra preocupación.
El taxista nos puso música que el bajaba del internet: ¡Susy Leiva cantando Frente al Mar con la orquestade Mariano Mores…que locura! La versión original en vivo de Purple Rain por Prince…un genio el tipo.
Ya en el restaurante apareció la mina de ojos de plastico. ¿Te acordás de mí? Ayer estuvimos sentados en esa mesa y creo que nos dejamos la mochila olvidada colgada del gancho.
Yo no la ví cuando vine a limpiar la mesa, respondió. Dejame ver si alguien la recogió y la guardó.
No, lo siento, acá no está.
De allí recorrimos, desconfiados, todos los negocios que habíamos visitado el día anterior. Un tipo me dijo: No, ustedes no traían nada cuando entraron…
Aquí no está, allá tampoco…
Caímos al último negocio y el vendedor aseguró: ustedes no traían nada cuando llegaron.

¿Sería este un contubernio enfocado a robarnos El Pavo? ¿La mina de los ojos de plástico era la madama del grupo? ¿La que sustraía mochilas y las iba pasando por la vendedora de escarpines que la llevaba a diferentes negocios donde se quedaban con una parte y la seguían pasando en una confabulación infinita? ¿La desarmarían y venderían la tela por un lado y los cierres Relámpago por otro?
En medio de esa locura le aseguré agoreramente a Manuel: perdimos las entradas…que además habían costado $250 dólares y que debíamos conseguir de nuevo.
Vamos al teatro, ordené, mientras hacía parar un taxi.
En el viaje teorizamos sobre la pérdida.
No es el dinero: hacé de cuenta que comimos otras noches en el Oviedo, dije. O que estuvimos en un hotel más caro…lo que me molestaba era haber perdido el control de mis pertenencias.
Ya en la ventanilla del teatro estaba allí el joven de la cuarta entrada…¿te acordase de mí?... Si, estuviste comprando una entrada extra.
Te cuento que me robaron la mochila con las 4 entradas adentro. ¿Qué hago?
Espera un cachito…
¡Fulano! Este señor bla, bla, bla…
¿Qué número eran las entradas? pregunto Fulano. ¡Yo que se! Eran fila siete.
Miro la computadora y dijo acá hay 4 juntas son la 10, 12, 14 y 16.
¿Tiene el comprobante de pago? No, se fue con la mochila, pero seguro que mi banco tiene un resumen del gasto y allí seguro que está.
Bueno, no importa, agregó, vengan el jueves y van a entrar.
Inocentemente pregunte: ¿y qué pasa si viene alguien con las mismas entradas diciendo que las compró en la calle?
No entra contestó, y si se ponen pesados llamo a la policía.

Me sentí un señalado por el gran dedo de Dios.
Era Eva que por fín se ponía de mi lado arrepentida de haberme echado del país años atrás.
Llegamos al teatro, modositos y perfumados. Nos dimos a conocer con el muchacho que ahora vestía esmoquin y recibía las entradas en la puerta. Pasen y quédense acá, dijo.
El teatro prometía estar lleno y nosotros, mientras tanto y sin saber que esperar, nos deleitábamos con las fotos de Nacha Guevara y su personificación.
De repente se detuvo el flujo incesante de espectadores. La cola quedo congelada.
Oí al muchacho decir: estas entradas no sirven.
La única gota de sangre española que llevo en las venas llegó a punto de ebullición, allí frente a nosotros estaban los culpables de nuestras últimas 24 horas de desventuras y elucubraciones.
Tres mujeres y un hombre.
¿Porque no sirven? Dijo una con voz de Catita.
Porque son entradas robadas dijo el muchacho.
Como van a ser robadas, replico Catita, ¡yo me las encontré en una mochila…!
A lo cual respondió el muchacho: ¿Y si usted se encuentra una tarjeta de crédito va y la usa?
En ese momento la gota de sangre española reclamaba venganza y Manuel que me conoce bien me agarro de un brazo y me tironeo hacia adentro…
El tipo del grupo dijo: vamos, vamos, no hagamos lío…
Y desaparecieron mientras a nosotros nos acompañaba amablemente el acomodador hacia las butacas de terciopelo.
Acuné la gotita de sangre hasta que se tranquilizó. Manuel siempre tiene razón y me aquieta.
Yo no podía dejar de pensar en lo que había sucedido.
Subió el telón, comenzó el musical. Gran calidad. Broadway en español.
Nacha en uno de sus mejores papeles.

Avanzó la obra.
Eva ya estaba en el poder lista para su gira europea y le dice a su secretario que “ojo con el Papa…”
que si no le daba la condecoración máxima que ella merecía que no le soltara la guita y que según el grado de la condecoración que fuera bajando el precio…
Alma de chorra. Chorra desde la cuna. Chorra desde cuando quiso robarse el apellido Duarte que no le correspondía. Chorra cuando se llevó los lingotes de oro del Banco de la Nación a Suiza. Chorra cuando se robó el futuro de Argentina.
Por alguna razón desconocida seguían frente a mí los rostros de las 3 minas que reclamaban las entradas como encontradas en una mochila.
En ese momento la gota de sangre española despertó.
Manuel, susurr
é sacudiéndole el brazo, sabes quienes eran las tres minas de las entradas?
El ya había olvidado el incidente y disfrutaba del glamur de Eva.
Me miró con sus ojos tailandeses y susurro: no.
Eran las tres minas que estaban almorzando en la mesa al lado de nosotros cuando nos olvidamos la mochila.
En ese momento el público aplaudió a la chorra mayor y yo me sentí reivindicado.

La moral al igual que la pobreza son contagiosas. Cuidado Argentina.



PIE DE PAGINA


¿Y no vamos a aprender nunca?




La chorra número uno sigue dirigiendo -rellena de aserrín-desde una bóveda en la Recoleta a un grupo de descerebrados que ni habían nacido mientras ella se pavoneaba vestida por Dior haciéndose creer el  hada madrina de los pobres.



Ya vamos por la segunda cabrona que se roba al país y todavía tiene la cara de piedra de presentarse a otra elección.
Bailemos esta milonga, tarados, el tiempo se acaba y siempre son los pobres los que pagan la cuenta. ¿O todavía no lo saben?

Por si lo pasaron por alto sin leer:  


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