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30 de abril de 2019

POSHO FASHIDO


Una querida amiga, cocinera experimentada, me pasó una vez una forma de hacer pollo con vegetales que se parecía mucho al que hacíamos en el campo en horno de leña. Ella usa gas para cocinar, yo electricidad.
Corté papas, cebollas, pimientos y un pollo en presas tal cual indicado. Salpimenté, aceité, ajusté la temperatura del horno, seguí el procedimiento y me dediqué a otras labores esperanzado en el deleite de un plato sencillo y sabroso.
El pollo no quedo dorado como me aseguraron y las papas, aunque cocidas estaban blancuzcas.
Como no me doy por vencido fácilmente consulte con ella que me confirmó la receta. Pensé: lo voy a hacer para la cena de fin de año y ajustaré un poco los tiempos y la temperatura del horno.
Tengo la gran suerte de que mi esposo, aunque sibarita, es capaz de comerse cualquier cosa que le pongan delante incapaz de criticar para no molestar al cocinero.
Volvió a quedar igual pero como cenábamos en el jardín, rodeados de gatos vecinos y bajo las estrellas no nos importó mucho y convinimos en no hacerlo nunca más y bautizarlo Posho Fashido.
La idea me seguía interesando y dando vueltas en la cabeza hasta que probando llegue a esta forma que probablemente les habrá de gustar:

POSHO NO TAN FASHIDO



Van a necesitar lo siguiente:
4 piezas de pollo de pata con cadera o pata con encuentro
4 dientes de ajo rallados
Sal
4 cucharadas de aceite vegetal
3 cucharitas de té colmadas de cualquier combinación de hierbas secas. Si sólo tienen orégano pues orégano será
2 o 3 batatas grandes (sweet potatoes) color naranja
1 cebolla roja grande o dos medianas
1 taza de yogurt griego natural frio
2 cucharitas de té (más o menos) de salsa picante de su gusto. Yo prefiero Siracha. Empiecen con poco y prueben hasta que el picante sea notorio, pero no exagerado.

PROCEDIMIENTO:

Calentar el horno a 400 grados Fahrenheit (de 180 a 200 grados centígrados)

Pelar y rallar el ajo

Cortar las batatas en bastones gruesos o dados y la cebolla al medio y luego en rodajas medianas

Mezclar bien el ajo rallado, aceite, hierbas y sal en un bol grande
Reservar un poco de esa mezcla de aceite para untar el pollo
 
Mezclar la cebolla con los bastones de batatas y combinarlos con el aceite con hierbas y ponerlos en una fuente plana para horno ligeramente aceitada y acomodarlos.

Poner las piezas de pollo en el mismo bol y agregar el aceite de hierbas reservado y untar el pollo

Acomodar el pollo, piel para arriba, sobre las batatas y cebollas
Cocinar en el horno por unos 20 minutos, darle un sacudón a la fuente para asegurarse que las batatas no se pegaron al fondo de la fuente.
Cocinar otros 20 minutos y hacer lo mismo.
Cocinar otros 20 o 30 minutos o hasta que el pollo tenga el color dorado que les guste, lo retiran de la fuente, lo ponen en un plato y lo cubren con papel de aluminio por lo menos otros 10 minutos fuera del fuego.

Con una espátula mezclar las cebollas y las batatas una vez más. Si están como a ustedes les gustan las sacan del horno, si no las cocinan unos 10 minutos más

Servir una presa de pollo por comensal acompañado por la mezcla de batatas y cebolla. Colocar al lado el yogurt frio y picante para que cada uno unte el pollo como más le guste

SALSA DE YOGURT CON SIRACHA


Al final de la comida, como hacen los franceses, una ensalada verde con una vinagreta simple completa una cena inolvidable.
Mi consejo es que la primera vez lo hagan tal cual la receta y si hay otras veces pueden ajustar la cantidad de cebolla, ajo, sal, hierbas, tiempo y temperatura de cocción.

La cocina es parte invención, parte esperanza, parte decepción y parte reinvención.

Pollo al parquet (o como dicen en Argentina: posho al parquet)


Yo no invento historias, la realidad es suficientemente increíble.
Una receta de familia, muy sencilla.
Copyright Felix Achenbach
Los nombres han sido cambiados por respeto a los que ya no están


Durante los años de oro de mis servicios como diseñador de interiores en Argentina, tuve el privilegio de trabajar para miembros de la clase poderosa del país.
Industriales, estancieros, comerciantes de alto nivel, joyeros, mercaderes de telas, profesionales en general, fabricantes de preservativos que mantenían su métier sotto voce, duques de la siderurgia cuyos antecesores habían comenzado recogiendo metal por las calles, imperios mediáticos heredados o polvaredas de cemento cimentando fortunas incalculables. En fin, un corte longitudinal de lo que se llama “los de arriba” y los que tienen “vento”.

No todos tenían dinero que todavía olía a tinta de imprenta. Eran una minoría selecta con pasados gloriosos, bóvedas en la Recoleta y apartamentos en Avenida Alvear para cuando venían a la ciudad.
Esos entraban en la denominación de “testas coronadas” y sus modales y costumbres los separaban abismalmente del resto y era un placer trabajar con ellos. Portaban en sus genes el saber cómo debe lucir una casa sin ostentación, como vestir o como poner una mesa. Savoir vivre y savoir faire

Una mañana al llegar al estudio mi secretaria me comunicó muy excitada que había recibido una llamada del mayordomo de una estancia en Entre Ríos de una de las familias inglesas tradicionales.
Querían saber si yo estaría de acuerdo en viajar a ver el casco, intercambiar opiniones y considerar la posibilidad de trabajar para ellos. Mandarían su avioneta a recogerme en la mañana, recorreríamos la casa, almorzaríamos, y de sobremesa conversaríamos acerca del mi trabajo y honorarios.
Intrigado por este nuevo reto no dudé en hacer una cita. Acordamos una fecha y ahí partí rumbo al aeropuerto.

La avioneta había visto mejores tiempos, pero volaba. Despegó medio insegura y agarrándome de cualquier protuberancia pensaba que si el culo tuviera dientes el tapizado de mi asiento estaría todo rasgado.
El paisaje siguiendo el contorno del rio Paraná hizo el viaje muy placentero. Por momentos el piloto apagaba los motores y la dejaba planear sobre esteros y palmares.

Estancias Argentinas
Al llegar me recibió el mayordomo y me comunicó que la familia estaba terminando de desayunar en la galería de atrás y me esperaban allí.
Donald y Maggie se levantaron a saludarme cordiales y afectuosos, los padres de Donald y dos niñitos que hablaban inglés entre ellos agitaron las manos y dos perros cansados me miraron sin mucho interés y continuaron con su siesta.
Recogiendo el servicio una mucama vieja medio desgreñada y en chancletas me dijo “hola pibe” y siguió su camino a la cocina.
Donald se disculpo diciendo que “la Elsa” estaba en la casa desde tiempos inmemoriales, que lo había visto nacer y que por eso tenía esa familiaridad y trataba de “che” a todo el mundo.
Los viejos, desde donde bajaba la alcurnia y el dinero, estaban de vuelta de todo. Se llevaron a los chicos y a los perros a caminar y me dejaron solo con el hijo y la nuera.



Ambos eran una delicia. Él era abogado y tenia licencia de piloto y ella había incursionado en el diseño de joyas artesanales. Bellos, bronceados, casuales y amistosos. Me fueron mostrando la casa, contándome historias de algunos muebles y quiénes eran los personajes de los retratos al mismo tiempo que dándome una idea de lo que querían lograr ahora que habían decidido vivir allí permanentemente y hacerse cargo de la explotación de campo en una forma más moderna  y controlada. Sangre nueva y muchos proyectos.

Llegó la hora del almuerzo, nos acomodamos alrededor de una mesa ancestral donde los platos habían sido colocados sin mantel, servilletas de hilo, copas y vasos desparejos y cubiertos de plata muy pesados que me hicieron acordar a los de la casa de mis abuelos. Había también un par de fuentes: una con ensalada mixta de vegetales de la quinta y otra con papas al horno perfectamente doradas.
La charla continuó, amena, medio en inglés y medio en español. Por un instante puse atención a la Elsa que entraba al comedor, magistral, sosteniendo una bandeja de porcelana en la que reposaba un pollo al horno. Iba camino a apoyarlo sobre el aparador para trozarlo y servir cuando una de las chancletas la hizo trastabillar y al mismo tiempo que ella se aferraba a la bandeja el pollo despegaba como la avioneta, medio inseguro, pero determinado a dar su ultimo vuelo en esta tierra.
Aterrizó en el piso, se deslizó un poco más, pegó un cuarto de vuelta y paró, yo diría que hasta con gracia.
La Elsa lo recogió con una mano que luego restregó en el delantal y sin mucha ceremonia lo puso sobre la bandeja de porcelana y dirigiéndose a la mesa dijo: “posho al parquet” y procedió a cortarlo en presas y pasarlo para que nos sirviéramos.
Hubo risas y el comentario de que por suerte el piso estaba limpio porque venía “el pibe”.

En medio del proceso de presentación del proyecto la televisión trajo la noticia de una avioneta que piloteada por su dueño rumbo a su estancia había sido alcanzada por una tormenta feroz que la hizo caer en unos esteros. No había sobrevivientes.
No quise seguir escuchando.
El recuerdo del posho al parquet pudo más y me hizo sonreír a pesar de todo.