Yo no invento historias, la realidad es suficientemente increíble.
Una receta de familia, muy sencilla.
Copyright Felix Achenbach
Los nombres han sido
cambiados por respeto a los que ya no están
Durante los años de oro de mis servicios como diseñador de
interiores en Argentina, tuve el privilegio de trabajar para miembros de la clase
poderosa del país.
Industriales, estancieros,
comerciantes de alto nivel, joyeros, mercaderes de telas, profesionales en
general, fabricantes de preservativos que mantenían su métier sotto voce, duques de la siderurgia cuyos antecesores habían
comenzado recogiendo metal por las calles, imperios mediáticos heredados o polvaredas
de cemento cimentando fortunas incalculables. En fin, un corte longitudinal de
lo que se llama “los de arriba” y los
que tienen “vento”.
No todos tenían dinero que
todavía olía a tinta de imprenta. Eran una minoría selecta con pasados
gloriosos, bóvedas en la Recoleta y apartamentos en Avenida Alvear para cuando
venían a la ciudad.
Esos entraban en la
denominación de “testas coronadas” y sus modales y costumbres los separaban
abismalmente del resto y era un placer trabajar con ellos. Portaban en sus
genes el saber cómo debe lucir una casa sin ostentación,
como vestir o como poner una mesa. Savoir
vivre y savoir faire.
Una mañana al llegar al
estudio mi secretaria me comunicó muy excitada que había recibido una llamada
del mayordomo de una estancia en Entre Ríos de una de las familias inglesas tradicionales.
Querían saber si yo
estaría de acuerdo en viajar a ver el casco, intercambiar opiniones y considerar
la posibilidad de trabajar para ellos. Mandarían su avioneta a recogerme en la
mañana, recorreríamos la casa, almorzaríamos, y de sobremesa conversaríamos
acerca del mi trabajo y honorarios.
Intrigado por este nuevo
reto no dudé en hacer una cita. Acordamos una fecha y ahí partí rumbo al
aeropuerto.
La avioneta había visto
mejores tiempos, pero volaba. Despegó medio insegura y agarrándome de cualquier
protuberancia pensaba que si el culo tuviera dientes el tapizado de mi asiento
estaría todo rasgado.
El paisaje siguiendo el
contorno del rio Paraná hizo el viaje muy placentero. Por momentos el piloto
apagaba los motores y la dejaba planear sobre esteros y palmares.
Estancias Argentinas |
Al llegar me recibió el
mayordomo y me comunicó que la familia estaba terminando de desayunar en la
galería de atrás y me esperaban allí.
Donald y Maggie se
levantaron a saludarme cordiales y afectuosos, los padres de Donald y dos
niñitos que hablaban inglés entre ellos agitaron las manos y dos perros
cansados me miraron sin mucho interés y continuaron con su siesta.
Recogiendo el servicio una
mucama vieja medio desgreñada y en chancletas me dijo “hola pibe” y siguió su
camino a la cocina.
Donald se disculpo
diciendo que “la Elsa” estaba en la casa desde tiempos inmemoriales, que lo había
visto nacer y que por eso tenía esa familiaridad y trataba de “che” a todo el
mundo.
Los viejos, desde donde
bajaba la alcurnia y el dinero, estaban de vuelta de todo. Se llevaron a los
chicos y a los perros a caminar y me dejaron solo con el hijo y la nuera.
Ambos eran una delicia. Él
era abogado y tenia licencia de piloto y ella había
incursionado en el diseño de joyas artesanales. Bellos, bronceados, casuales y
amistosos. Me fueron mostrando la casa, contándome historias de algunos muebles
y quiénes eran los personajes de los retratos al mismo tiempo que dándome una
idea de lo que querían lograr ahora que habían decidido vivir allí
permanentemente y hacerse cargo de la explotación de campo en una forma más
moderna y controlada. Sangre nueva y muchos proyectos.
La charla continuó, amena,
medio en inglés y medio en español. Por un instante puse atención a la Elsa que
entraba al comedor, magistral, sosteniendo una bandeja de porcelana en la que
reposaba un pollo al horno. Iba camino a apoyarlo sobre el aparador para
trozarlo y servir cuando una de las chancletas la hizo trastabillar y al mismo
tiempo que ella se aferraba a la bandeja el pollo despegaba como la avioneta,
medio inseguro, pero determinado a dar su ultimo vuelo en esta tierra.
Aterrizó en el piso, se deslizó
un poco más, pegó un cuarto de vuelta y paró, yo diría que hasta con gracia.
La Elsa lo recogió con una
mano que luego restregó en el delantal y sin mucha ceremonia lo puso sobre la
bandeja de porcelana y dirigiéndose a la mesa dijo: “posho al parquet” y procedió a cortarlo en presas y pasarlo para
que nos sirviéramos.
Hubo risas y el comentario
de que por suerte el piso estaba limpio porque venía “el pibe”.
En medio del proceso de
presentación del proyecto la televisión trajo la noticia de una avioneta que
piloteada por su dueño rumbo a su estancia había sido alcanzada por una
tormenta feroz que la hizo caer en unos esteros. No había sobrevivientes.
No quise seguir escuchando.
El recuerdo del posho al parquet pudo más y me hizo sonreír
a pesar de todo.
Excelente la página Félix. Una mezcla de humor, información y buen gusto!
ResponderBorrarExcelente la página Félix. Una mezcla de humor, información y buen gusto!
ResponderBorrar