"Cuando me casé no sabía freir un huevo"
Petrona de Gandulfo
Lo hago por deber y no por placer, aseguran muchas mujeres...aunque no todas refiriéndose a la cocina.
Sea por deber o placer, uno de estos días vas a caer en mis manos, o en mi blog, y dejarás escapar un suspiro de alivio haciendo al mismo tiempo volar un poco de harina por el aire.
Si creciste en Argentina como yo, habrás oído hablar de Doña Petrona de Gandulfo, diosa y pitonisa indiscutida de la cocina desde los años 30’s hasta nuestros días aun desde el más allá.
En muchos hogares Argentinos, al mismo tiempo que el libro Upa, La Hormiguita Viajera y La Razón de mi Vida había una copia de su libro de cocina, generalmente como bien intencionado regalo de bodas para las tontas que no sabían "ni freír un huevo"
Doña Petrona siempre nos recordaba: "cuando me casé no sabía freír un huevo" mientras azuzaba nuestros deseos de superación culinaria preparando en televisión en vivo una torta de casamiento de 5 pisos con columnas de yeso, decorada con fondant y grageas plateadas al mismo tiempo que la coronaba con la consabida pareja de yeso.
En mi casa siempre se comió muy rico. Hasta la edad escolar viví en el campo donde mis juguetes fueron animales y donde todas las provisiones se recogían de la quinta y mi abuela o mi madre cocinaban. La abuela un tanto básica y de platos irrepetibles porque utilizaba los ingredientes que había en ese momento.
“Juanita!”, llamaba “andá a matar una gallina y traémela desplumada que hoy vienen a comer mi hermana y el esposo”. Cocinaba con el talento natural y la nostalgia mallorquina que ayudaban a darle un sazón especial.
Mayonesa de ave El Reloj |
Mamá fue famosa en la familia por sus ñoquis con un estofadito de pollo y su ya célebre y consuetudinaria mayonesa de ave decorada en forma de reloj con las agujas de pimiento rojo detenidas cinco minutos antes de medianoche. Los minutos se marcaban cada cinco con medio huevo duro volcado sobre la yema, con un número Romano hecho con tirillas de pimiento rojo sobre cada uno y que se servía el 31 de diciembre aludiendo al paso del año y que había sido inspirado por la receta del libro de Doña Petrona.
Cuesta imaginar a los invitados que desde la 6 de la tarde en un día de verano de 40 grados encaraban la última cena del año comiendo trozos de chorizo o jamón serrano y queso mientras el humito proveniente de una parrillada contundente perfumaba el aire.
No faltaba la rama italiana de los invitados que para después de la parrillada traía - ya preparados- fideos hechos en casa con estofado de pollo o de carne o ambos.
Todo ésto se regaba con vinos rojos variados siempre precedidos por copas de vermut Gancia con soda y limón o con Fernet. Había también los que se aferraban al Amargo Obrero y otros a la cerveza blanca o negra. Viva la abundancia!
Después de la comida y mientras esperábamos la medianoche mi abuela servía su famoso flan de vainilla anunciado casi con los tambores de la banda de Granaderos.
Los chicos lo llamábamos: flan! rataflán! flan! flan!
Un rato mas tarde, ahítos, y al grito de "ya faltan 5 minutos!" entraba en escena mi madre con la gran fuente oval que ostentaba el famoso reloj hecho de salpicón de ave, cubierto en mayonesa y que con mitades de huevos duros marcaba los minutos. Al mismo tiempo un fondo sonoro de aplausos de los que habían bebido mas y acompañamiento de explosiones prematuras de cohetes, petardos y cañitas voladoras que producían un efecto como de Marcha Triunfal de Aida en la representación teatral del club de barrio.
Libro de cocina de Doña Petrona
Aun mas tarde llegaría el clericó, el pan dulce, las nueces, almendras y avellanas y por si fuera poco también hacían su aparición estelar los turrones, la sidra y las uvas de ese delirante suicidio gastronómico que era la noche de fin de año. Habia que comer todo lo que nuestros ancestros Europeos comian en pleno invierno bajo la nieve. Había que comer como si se acabara el mundo y no el año.
Inspirada por Doña Petrona y otras publicaciones que le salieron al paso, mi madre también hacia tortas y postres deliciosos y una tarta Mallorquina que yo continuo haciendo años después. También proliferaban los churros recién hechos en tardes de domingo frías y lluviosas, empanadas gordas y jugosas y crepes rellenos de ricota y espinaca o variantes dulces como el tradicional crepe espolvoreado con azúcar y rociado con jugo de limón o para los chanchos irredentos: dulce de leche a cucharadas.
Aunque intentó sin desmayo y nos sometió a numerosa pruebas infructuosas la pobre nunca tuvo una buena receta o los elementos necesarios para hacer una aceptable masa de pizza o helados cremosos. Esos fueron sus permanentes fracasos. Cuando yo los hago y los sirvo la veo a ella que me sonríe sentada en una nube rosa.
¿Como empecé a cocinar? Por necesidad y curiosidad. También ayudó mi mente investigadora y la estética que siempre fue la base de mi carrera en diseño de interiores.
Para hacer confirmar la veracidad de lo que Doña Petrona confesara, yo tampoco había freído un huevo en mi vida.
No debe ser nada de otro mundo, pensé. Partí los huevos y los puse dentro de un bowl. Volqué aceite en un sartén al que le agregué los 4 huevos y lo puse a calentar. ¿No será que debí haberlos puesto con el aceite caliente? Recordé la teoría de que el orden de los factores no alteraría el producto final y me convencí a mi mismo.
El aceite fue calentándose al tiempo que las claras se tornaban blanquecinas y aceitosas. Miré satisfecho hacia los huevos que alegremente comenzaban a freir. Mientras tanto abrí una botella de vino y me serví una copa.
Cuando volví mi atención al sartén, los huevos que alegremente freían hacia un par de minutos ahora ya tenían los bordes quemados. ¡Mierda seca!, pensé, ¿y ahora como los saco del sartén?
Busqué entre los cuatro inadecuados instrumentos de cocinar que tenía y lo que más se me figuro como posible fue una espátula delgada y larga que más se parecía a un destornillador. Tomé el sartén por el mango y me quemé, busqué con urgencia un trapo cuyas puntas tocaron el fuego y comenzó a arder.
Ante la certeza de terminar la noche en el instituto del quemado, me apure a apagar la hornilla y corrí con el trapo ardiente y lo apague bajo el agua.
Con el trapo chorreante tomé nuevamente el mango del sartén al tiempo que unas gotas de agua de maldito trapo caían en el aceite caliente y lo hacían saltar en gotas hacia mi camisa y el brazo. Putié y tratando de buscar un culpable dije: "mira lo que hiciste, tarado!". Miré a mi alrededor y me di cuenta que estaba solo, quemado y manchado y con cuatro huevos que me miraban cada uno con su único ojo amarillo.
Con la espátula demasiado angosta traté de deslizar los huevos a un plato y logré romper las yemas. Odio los huevos rotos pero me los comí de todos modos mientras meditaba acerca de las mujeres de mi familia que tan rápida y eficientemente hacían huevos fritos. Tengo que aprender, me dije, saboreando el vino.
Y aquí estoy…siempre tratando...y en procura del elusivo huevo frito perfecto.
Agradecimiento eterno a Mariana Wenger que ayudó desde Argentina a rescatar las imágenes del libro y fotografias de Doña Petrona. Visiten la obra de Mariana en You Tube (o Tutubo en español)
Muy divertido, pero yo no cambio la receta de mi viejo que era un experto en huevos fritos "El secreto está en hacerlos de a uno por vez y con el aceite bien caliente que hay que ir tirando sobre la yema para que se torne blanquecina"
ResponderBorrarmuy buen dato!
BorrarMe encantó la historia y ver que se puede disfrutar tanto cocinando.
ResponderBorrarA todo hay que encontrarle el disfrute...
Borrarme siento identificada, rara vez me salió un huevo frito perfecto, a pesar de saber y disfrutar del cocinar !! es una de mis debilidades!! pero imposible no re conectarse con esas fiestas de antes ,con esa riqueza de detalles, colores, olores... Gracias y felicitaciones nuevamente!!!
ResponderBorrarEmotivo relato, Félix.
ResponderBorrarDoña Petrona for ever.
La biblioteca de mi madre era parecida. Sólo que junto a "La Razón de mi Vida" había una edición de "Recuerdos de provincia"... ¡Ah, y en su mesa de luz, "El Médico Aconseja".
Sigo amando las comilonas de fin de año. Sobre todo el lechón fío asado en una panadería.
Hola Mario,
BorrarGracias por tomar el tiempo para dejar un comentario. Me hace muy feliz producir emociones con mis relatos.
Revisa los otros escritos, son todas historias reales y sobre todo graciosas.
Nos vemos!