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22 de abril de 2019

HAY UN NOBLE EN MI MESA







Yo no invento historias, la realidad es suficientemente increíble.

HAY UN NOBLE EN MI MESA
Copyright: Felix Achenbach


Me gusta Enero.
Ya pasaron las estúpidas fiestas de fin de año que se apilan en un incesante interés en despojarte de tu dinero gastándolo en boludeces.

Primero la fiesta más idiota de todas, Halloween, donde muchos decoran sus jardines con lápidas de cementerio, murciélagos, telarañas, esqueletos y otras variantes sobre el tema de aterrorizar. Además, por un día muchos pretenden ser lo que no son y asustar a alguien… ¡te conozco mascarita! Y me asustas más el resto del año siendo quien sos en la realidad diaria.

Mientras los negocios todavía ofrecen zapallos artificiales, lapidas de Telgopor y telarañas de fibra de nylon, que luego quedan colgadas de los arbustos y sirven para enredarse en las patas o alas de los pajaros y hacerlos morir lentamente en una verdadera aterrorizante agonía.
También aparecen desenfadadamente las luces de Navidad, los arboles falsos, los moños de plástico aterciopelado rojo y aunque todavía falta pasar la celebracion de San Guivi –como dicen algunos latinos tratando de decir Thanksgiving- el aire se llena de canciones Navideñas que me alteran los nervios al darme cuenta cuán raudamente había pasado un año más...

En todo caso este enero del año 2000 traía refrescantes promesas.
En uno de los showrooms del Design Center en Dania trabajaba Charles en la parte directiva un hombre joven, elegante, latino, pequeño en tamaño, pero con una forma de expresarse muy interesante y con mucha chispa.
Ellos representaban las telas de Fortuny de Venecia y yo las usaba en mis decoraciones.
Ese día yo había recibido dos invitaciones para la feria de arte Artbasel
que se presentaría por primera vez en Miami Beach y se me ocurrió invitarlo a una especie de primera cita no comercial y ver para donde podían ir las cosas.
Charles se mostró muy excitado con la idea y quedamos en encontrarnos el sábado a las 11 en la puerta de Convention Center de Miami Beach donde se llevaba a cabo lo que prometía ser la muestra internacional de arte contemporáneo más importante del planeta.
Dada la importancia del evento decidimos vestir formalmente, aunque a decir verdad a mí sólo me interesaba impresionar a una sola persona.

Elegí un blazer azul de Brooks Bros con botones bañados en oro y un elegantísimo escudo bordado en oro, azul real y rojo aplicado sobre el bolsillo superior izquierdo. El pantalón era Príncipe de Gales en tonos de gris, mocasines Gucci y una corbata muy sobria de seda morada.
El vestiría un buen traje de lana gris.
Luego quedaría tiempo para un almuerzo tardío, buena compañía y charla especiosa.

Recorrimos los salones con admiración y cuando la cabeza ya nos daba vueltas de ver tantas maravillas decidimos que era suficiente y enfilamos hacia la salida.

Estábamos muy cerca de Lincoln Road y Charles sugirió que camináramos a Balans, un pub ingles que se había puesto de moda y donde entre otras delicias servían Huevos Benedictinos acompañados de croquetas de cangrejo. ¡Qué buena idea!

No había mucha gente y optamos por una mesa cerca de la entrada que nos permitiría tener luz natural y observar el paso de la gente al mismo tiempo que estábamos suficientemente alejados de un grupo de jóvenes ruidosos en la barra bebiendo múltiples cervezas.
Ya veníamos con la idea de los huevos y algún vino blanco helado así que no había mucho que pensar y nos dedicamos a recrear la experiencia del show.

De repente, como un genio que sale de una botella, se nos materializó junto a la mesa una camarera muy sonriente y amable diciendo: “zoy zu camareraz y mi nombre es Shefffniffer!…”
Ante ese discurso con sonidos tan particulares alcé la mirada y sorprendido percibí un relámpago plateado. La mujer tenía las orejas perforadas con obsesión: unos 10 aretes en cada oreja más una argolla perforando una ceja, una argolla en la nariz estilo vaca lechera, otra argolla perforando el labio superior y lo mas grotesco de todo era una enorme bola plateada en el medio de la lengua que ayudaba a la tan extraña pronunciación del saludo.
 La pobre no debiera salir a la calle un día de tormentas tropicales porque atraería rayos, pensé mientras desviaba la mirada.
Dejo los menús en la mesa y agrego: “enzzeguida vuelvoz con el agua”.

Si hay algo que a mi me produce un asco supremo al punto de darme nauseas es ver un despliegue de perforaciones en el cuerpo salvajemente decoradas con metal.
Al borde de la descompostura le conté a Charles lo que me pasaba y le pedí por favor que el hiciera el pedido de comida para los dos porque yo no podía mirarla y me calcé mis anteojos ahumados.

Jennifer regresó a la mesa portando copas de agua helada que Charles en un falso acento británico se apuró a rechazar y cambiar por San Pellegrino con gas al tiempo que le pedía que las trajera cerradas y las abriera en la mesa porque él debía probarlas antes.
Yo baje la mirada y la enfoque en el mantel, reacomodando imperceptiblemente los cubiertos al tiempo que desplegaba la servilleta sobre las piernas y pensaba que clase de excentricidad era esa. Lo conocía hacia poco tiempo y no estaba familiarizado con sus costumbres.

Viendo que Charles dirigía la orden me relajé y lo escuché diciendo en su nuevo acento adquirido: “vamos a ordenar los huevos con cangrejo para ambos y Su Alteza va a querer una botella del mejor Chablis que necesito lo descorche en la mesa y me lo de a mí a probar. Lo que necesite saber usted debe dirigirse a mi. Usted no puede hablar con Su Alteza”

“Zi zzenor”, dijo Jeniffer, a lo cual Charles replico es “Sir Willbur”

Jennifer se alejó entre excitada y confundida caminó a la barra donde pondría la orden.
Yo levanté la vista y conteniendo la risotada la observé mientras ella juntaba la cabeza con el barista y le decía algo al oído.
El hombre no esperó mucho sin comentar algo con el grupo de muchachos y todos se dieron vuelta con algún grado de disimulo mirando hacia nuestra mesa y probablemente discutiendo a media voz cual miembro de la familia real sería el caballero con anteojos ahumados y con su acompañante Sir Willbur.

En adelante Jennifer se aproximaría cautelosa a la mesa, descorcharía el vino con cierta elegancia, traería y recogería los platos con precisión y sin hablar.

Para completar la intriga, Charles pago con una tarjeta a nombre de Fortuny International con dirección en Venecia.
Cuando Jennifer, que era totalmente inglesa, volvió a la mesa con el recibo para que Sir Willbur lo firmara se retiró retrocediendo al mismo tiempo que me dirigía una sobria reverencia acompañada por un tintineo de metales.

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Un pensamiento tardío: despues de mucho buscar en el baul de los recuerdo por la razón a mi aberracion a las perforaciones en la piel creo acordarme que la originó una imagen que me aterrorizaba cuando yo tenia 4 o 5 años. Era la escultura de la propaganda de Geniol que estaba en todas las farmacias argentinas.



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4 comentarios:

  1. Jajajajajajajajaaaaa !!! cómo me has hecho reír!!!Te queda bien el Sir Willbur, realmente!!! Genial, voy tomando nota de los lugares que describís y mencionas, además de interesante, me divierto muchísimo con tus aventuras!!!! Quiero mázzzzz !!!!

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  2. Es cierto!! era un pelado, cabezón, con cara de ñoño ! muy desagradable!!! te entiendo!!!!!!

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    Respuestas
    1. esas cabezas tienen precios astronomicos en el mercado de coleccionistas. Yo sigo odiandolas

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